domingo, 26 de enero de 2014

  En el instante en que lo miré a los ojos me di cuenta que estaba a punto de escuchar todas las cosas que me aterrorizaron los últimos tres meses. Somos tontos los que hacemos preguntas siendo conscientes de que no vamos a poder soportar las respuestas.
  Pero ahí estaba yo, preguntándole sobre su relación con la chica por la cuál me dejó. Escuchándolo, aconsejándolo, como si a mí me sirviera de algo. Dejándolo descargarse con alguien, intentando decirle que puede contar conmigo para lo que quiera, mostrandole que no está solo. Auto-lastimándome, en otras palabras. Soy fuerte, mucho. Nunca creí que podría escucharlo hablar de sus sentimientos por otra persona sin largarme a llorar, nunca creí que soportaría estar en una habitación con él sin correr a darle un abrazo.
  Y yo sonriendo mientras reconocía que me había mentido, otra vez. Contándome como me lastimo a sabiendas de como me dolería, sin siquiera importarle que yo no sepa la verdad. Creo que escuché mi propia voz tranquilizándolo, porque todo estaba bien y no había nada que perdonar. Esos son los momentos exactos donde no entiendo porque actuo de la forma en que lo hago, por qué no me largo a llorar y lo odio a él y a todos.

  ¿Por qué no salgo corriendo a algún lugar donde podría estar más segura? Mi mente se nubla y solo pienso en que su felicidad siempre esta por encima de la mía, porque más allá de todo lo quiero. Por que con todo el rencor y la molestia del mundo, con todas las ganas de empujarlo y llorar, creo que solo tengo amor para ofrecer.