martes, 26 de mayo de 2015

Quisiera salir volando y encontrarte en algún lugar de este mundo tan absurdo.

No puedo imaginarme lo que sería volver a verte a los ojos. Ayer hablando con mamá, recordábamos las cosas que me decías antes de que me fuera a la cama. Esos momentos en los que yo estaba acostada y la habitación estaba alumbrada por la luz del velador, en el que te sentabas al lado mió y teníamos una conversación de dos minutos. A veces te pedía que te quedes hasta que me quedara dormida, porque me gustaba sentirme protegida por vos o mamá. Siempre que te lo pedía te quedabas, aunque los dos sabíamos que en el momento que te ibas yo seguía despierta. Y entonces te parabas en el umbral de mi puerta y hacías sonar mi llamador de ángeles, diciendo: "Que sueñes con los angelitos que te rodean y con lo que no te rodean también, por que ellos te quieren mucho y enseguida están con vos". Al llegar al final de la frase siempre ponías la voz finita y hacías sonar con más fuerza el llamador, y entonces me tirabas un beso y te ibas. No importaba si lo hacías cuando yo estaba contenta o enojada con vos, en esos momentos siempre sonreía pensando que tenía el papá más tierno del mundo.
 Me sigo acordando como se sentían tus abrazos. Sigo teniendo en mente que mi frente llegaba a la altura de tu pecho y que me gustaba poner la cabeza del lado izquierdo. Daba igual si fuera verano o invierno, pero tus abrazos siempre me hacían sentir un calor interno, como me pasan con los de mamá. Solías apoyar tu pera contra mi cabeza y rodearme con tus brazos; y en ese momento exacto, puedo visualizar el tamaño de tus manos. Siempre fueron más grandes que las mías, pero cuando era chica y juntábamos nuestras manos, me hacías sentir que era diminuta.

Cada tanto, suelo cerrar los años e intento recordar cada detalle tuyo. La forma de tus labios, el color de tus ojos, tu nariz; y cada detalle que puedo recolectar de mi memoria. Me concentro, mucho, no quiero perder nada tuyo. Las frases que solías decir más seguido, el acento que le dabas; hasta tu forma de bailar. Pienso mucho, hasta sentir que ya tengo todo lo que necesito. Pero, tengo que admitir, que con el paso de los meses y años es más difícil. Se me pasan más cosas por alto, no las puedo visualizar con claridad en mi cabeza y tengo que recurrir a las fotos.

 Y esta mal, no debería tener que recurrir a las fotos.
¿Alguna vez tuvieron uno de esos días en los que no se pueden levantar de la cama? No importa cuánto lo intenten o cuántas buenas energías quieran crear, hay una cadena invisible que no los deja moverse de donde están. Algunos lo llamarán cansancio, otros lo tomarán como una enfermedad, pero la realidad es que ese sentimiento es tristeza. No es otra cosa, hay que admitirlo, la cruel verdad es que están tristes.

 A veces un aroma, un color, una persona o incluso un objeto puede lograr que nuestra mente divague hacia otro lugar. Un corazón roto, alguien que perdimos o quizás sólo una mala época de nuestra vida. Los recuerdos son así, incontrolables y recurrentes. Da igual si intentamos pelear contra ellos o si hablamos de nuestros problemas con las personas que más queremos; el problema sigue ahí, por que el daño ya está hecho. Dentro nuestro sabemos que es así.