miércoles, 10 de marzo de 2021

Incendio.

 Duele. 

Duele ver cómo se van apagando las llamas de ese fuego que sentías en medio del pecho. Que ya no es por mí, ni por vos ni por nadie. Es porque lastima saber que no quebré ni una de tus estructuras, ni de las más insignificantes. 

¿Acaso lo que está mal es esa pasión arrasadora y ese actuar impulsivo que tengo que me haría plantearme el subirme a un avión para seguirte? Porque yo no tengo un fueguito dentro mío, yo tengo un incendio de los que arrasan y te dejan la piel caliente. No me enseñaron a querer a cachitos y ni con restricciones. Poner las emociones o las personas en cajonsitos y abrirlos a mi conveniencia no es lo mío. Yo no mezclo las cosas, las cosas se mezclan solas cuando arden adentro mío. 

Te metiste muy debajo de mi piel y llegaste hasta los recovecos de mi alma. Me volví exigente conmigo, se movió el piso de mi comodidad y te seguí para descubrir esa parte mía que no conocía. Escuchaste mis secretos y me viste llorar. También brillé para vos y te logré deslumbrar. 

Sin embargo, acá estoy. Pensando qué alimentaba la pasión del alma, si las únicas cosas nuevas que te animabas a probar eran en la cama. Todo ese brillo del cual me jactaba pasó a ser instantáneo, duraba hasta que cerrabas mi cajonsito para abrir uno nuevo. 

Y en el final volvemos al principio. La última conversación haciendo eco de las primeras. Yo y mi incendio soñando con ardernos la vida, vos con gotero en mano, comparándome con fueguitos anteriores. 

Arde la vida, pero esto se apaga y llueve de mis ojos. El avión despega y yo, con boleto en mano, me quedo en tierra. Duele y siento la chispa de las brasas que quedan cuando ya no hay nada que consumir. Que no volvería a avivar el fuego, pero fuiste un incendio perfecto y las brasas siguen ahí. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario